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El Peregrino

La melodía (I)

por El Peregrino



A orillas de un lago solitario en los confines del mundo, los últimos rayos de sol se extinguen en el horizonte, pintando los contornos de los cerros de un rojo pálido, borroso, oscureciendo las buganvillas que juguetean arriba de mi carpa.


Estoy solo, sentado en la orilla, leyendo a Tagore y mirando las ondas de agua producidas por la brisa.


Comienza a sonar una melodía de flauta traversa. Al comienzo no puedo comprender; no hay nadie a mi alrededor, y a nadie veo en la orilla del lago... La melodía parece venir traída por el viento mismo. ¿Será sólo el cantar de los juncos?


Cuando observo hacia el centro del lago, veo un pequeño y solitario bote, con un pequeño y solitario flautista.


Una pequeña figura, un pequeño bote, un lago triste.


El sonido es dulce y suave; es lo único que se escucha en la brisa.


Algo en esa melodía es añejo, antiguo como la tierra misma; eones parecen pasar frente a mi vista. Es como si la melodía evocara otras melodías, otros tiempos. Pienso que si fuese pintor seria el momento de plantar el atril y dibujar el esbozo de un silencio, un silencio remoto y profundo.


Pienso que si fuese poeta seria el momento de escribir un cantar sobre lagos y flautas, botes y bosques, un cantar donde los años caen y las montañas se transforman, donde árboles milenarios mueren y renacen.


Pero sólo me quedo ahí, con Tagore y Kabaphes , la melodía y el lago, el bote y el viento.


Solemne y extraño, imagino la estatua de algún dios olvidado, aun digno en su templo derruido.


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